lunes, 23 de abril de 2012

Memorias, por Afanásii Fet


Regresado de Moscú, mi mujer empezó por su parte a dedicarse celosamente a la ordenación hogareña, y yo me vi obligado a gestionar sobre la instalación de una trilladora de caballos, comprada por mí en Moscú. De pronto recibo la siguiente carta de Turguéniev de Spásskoe, del 19 de mayo de 1861. "Fettie carissime, le envío una esquela de Tolstoi"...
En la carta estaba incluida la siguiente esquela de Tolstoi: "Lo abrazo de alma, amable amigo Afan. Afan."... 
Sin contemplar las amables promesas, el cochecito que apareció desde el boscaje, volteando rápido desde el camino vecinal hacia nosotros bajo el portal, fue algo inesperado, y nos alegramos de modo indecible abrazando a Turguéniev y Tolstoi. No es asombroso que, ante la escasez de edificios laborales de entonces, Turguéniev con admiración, extendiendo las enormes palmas de sus manos, exclamó: “Nosotros todo el tiempo miramos, ¿dónde pues está esa Stepánovka?, y resulta que es sólo una hojuela rolliza y sobre ésta una higa, y eso es Stepánovka”.
Cuando los visitantes se repusieron del camino, y la dueña aprovechó las dos horas que quedaban hasta el almuerzo, para darle al último un aspecto más fundado y acogedor, entramos en la plática más animada, de la que son capaces sólo las personas aún no fatigadas por la vida.
Turguéniev, siempre amante del comer, no dejó sin atención el fino estilo de nuestro Mijaíl, con quien cada vez tanto se fascinaba Alexánder Nikítich. Bebimos también redere, y yo estuve muy orgulloso del hielo que se reservó, gracias a un estanque excavado en una quebrada pequeña el otoño pasado. Después del almuerzo yo con los visitantes, los tres nos dirigimos al boscaje, que distaba unos cien sazhénes de la casa, hasta el cual en ese tiempo se debía pasar por un campo abierto. Allí en el lindero, acostados en la hierba alta, continuamos nuestra conversación interrumpida aún con más animación y libertad. Por supuesto, durante nuestro paseo la dueña concentró todos sus escasos medios, para darle a los visitantes en lo posible un albergue nocturno cómodo, poniendo a uno en el salón y al otro en la habitación siguiente, que llevaba el nombre de biblioteca. Cuando al atardecer a los llegados les fueron indicados los albergues adecuados, Turguéniev dijo: "¿Y los dueños mismos, probablemente, van a pernoctar entre el cielo y la tierra, en las nubes?" Lo que en el sabido sentido era justo, pero no poco constreñido.
Cuántas veces yo decidí firmemente pasar en silencio el suceso del día siguiente, por razones que no requieren una explicación. Pero contra esa intención hablaban las siguientes circunstancias. En el transcurso de treinta años, a mí mismo me tocó oír de forma reiterada sobre el altercado de Turguéniev con Tolstoi, con una total distorsión de la verdad, e incluso con el traslado de la escena de Stepánovka a Novosiélki.
De las dos personas actuantes Turguéniev, con una carta que se encuentra en mis manos, se reconoce el único culpable de la querella, y el enemigo más encarnizado no se decidiría a sospechar del conde Tolstoi, inquilino del cuarto bastión, por cobardía. Además de todo eso en lo posterior veremos, que las cambiadas radicalmente convicciones de Liev Nikoláevich cambiaron, así decir, todo el sentido del antiguo incidente, y él primero extendió la mano de la reconciliación. Estas son las razones que me motivaron a no tropezar en mi relato.
Por la mañana en nuestro tiempo de costumbre, o sea a las 8, los visitantes entraron al comedor, en el que mi mujer ocupaba el extremo superior de la mesa, tras el samovar, y yo en espera del café me instalé en el otro extremo. Turguéniev se sentó a la mano derecha de la dueña, y Tolstoi a la izquierda.
Conociendo la importancia, que Turguéniev otorgaba en ese tiempo a la educación de su hija, mi mujer le preguntó si estaba satisfecho con su institutriz inglesa. Turguéniev empezó a extenderse en alabanzas a la institutriz y, entre tanto, relató que la institutriz, con una puntualidad inglesa, rogaba a Turguéniev determinar la suma, de la que su hija podía disponer para los fines benéficos.
-Ahora -dijo Turguéniev-, la inglesa exige, que mi hija recoja con sus manos la ropa mala de los pobres y, zurcido ésta con sus propias manos, la devuelva por pertenencia.
-¿Y eso usted lo considera bueno? -preguntó Tolstoi.
-Por supuesto, eso acerca a la benefactora a la necesidad sustancial.
-Pues yo considero que una muchacha ataviada, que sostiene en las rodillas unos harapos sucios y hediondos, interpreta una escena teatral, no sincera.
-¡Yo le ruego no decir eso! -exclamó Turguéniev con las alas nasales infladas.
-¿Por qué pues no decir eso, de lo que yo estoy convencido? -respondió Tolstoi.
No alcancé yo a gritarle a Turguéniev: -¡Paren!-, cuando pálido de rabia él dijo:
-Así, yo lo obligaré a callar con un insulto1.
Con esas palabras se levantó de la mesa y, agarrándose la cabeza con las manos, caminó agitado a la otra habitación. Al segundo regresó a nosotros y dijo, dirigiéndose a mi mujer:
-Por Dios, disculpe mi proceder indecente, del cual me arrepiento profundamente.
Con eso se fue de nuevo.

1En su Liev Nikoláevich Tolstoi. Materiales para una biografía, desde 1855 hasta 1869, Nikolai Gúsiev señala: "Así lo trasmite Fet. Pero en realidad, como está dicho en la carta de Tolstoi a Turguéniev del 8 de octubre de 1861, y en el apunte de S.A. Tolstáya del 23 de enero de 1877, Turguéniev pronunció en dirección a Tolstoi otras palabras. Él dijo: 'Y si usted va a hablar así, yo le daré por la jeta'" (pag. 439).

Título original: Afanásii Fet, Memorias (pag. 301-302).
Imagen: Ilya Repin, Portrait of the poet Afanasy Fet, XIX.